Rostros

Samuel Robinson, el defensor de la cultura isleña


Samuel Robinson en la Casa de la Cultura de San Andrés

Por Larissa Hernández

“La optometría me da de comer, pero la cultura es lo que me alimenta”. Samuel Robinson-Davis, además de ser Cónsul Honorario de Jamaica en San Andrés y Presidente de la Casa de la Cultura, es optometrista.

Su óptica está ubicada en el centro de San Andrés. La tienda conserva los muebles de los setentas pero el consultorio está equipado con la última tecnología. Aprovecho la cita, para hacerme un examen de la vista. El doctor Robinson me confirma que tengo presbicia. He tratado de ocultar mi edad entre mis compañeros de la Javeriana, quienes me calculan 10 años menos. Pero hay cosas que no pueden esconderse.

Samuel tampoco aparenta sus 60 años. Es alto, moreno y elegante. Su sonrisa dulce y su carisma lo hacen aún más atractivo. Como Cónsul de Jamaica, representa al gobierno de esta otra isla del Caribe. Este cargo le fue otorgado por su ascendencia jamaiquina y la residencia de su madre en Kingston. Su trabajo diplomático aumenta cuando embarcaciones jamaiquinas son capturadas en aguas colombianas por pescar de modo ilegal ya que debe defender los intereses de estos pescadores en cuanto a las sanciones que se les impongan. Esto sucede con bastante frecuencia porque San Andrés posee cincuenta mil kilómetros de aguas territoriales y sólo dos embarcaciones para custodiarlas. La más perjudicada en todo esto es la especie de peces loro que habita los arrecifes de coral y que está siendo escandalosamente devastada. En no pocas ocasiones, su posición a favor de Jamaica, y en contra de su isla natal, ha sido objeto de críticas por sus paisanos. Sin embargo, él está haciendo lo que le corresponde.

Estudió primaria en San Andrés, en el Colegio Bolivariano de La Salle. Comenzando el bachillerato, a los 14 años, decidió irse a Bogotá a un noviciado católico, para convertirse en cura. En la capital se encontró con un mundo completamente distinto.Nunca había tomado agua de panela caliente y eso me enfermó”, cuenta riendo. “No logré adaptarme a la comida y le escribía cartas a mi mamá lamentándome”.

La alimentación no fue el único inconveniente al que debió hacer frente el joven Samuel. También encaró el rechazo de sus compañeros. “A ellos una persona de color les parecía un fenómeno”. Se defendió hasta con los puños, pero su razón pudo más que su fuerza. “Un día les dije: yo soy negro y me siento orgulloso de mi raza y del lugar de donde vengo”. A pesar de las dificultades, logró mantenerse dos años en esta formación religiosa. “Pude cumplir en cuanto a pobreza y obediencia, pero no en castidad”, confiesa con picardía. 

Un día, cansado de tantas vicisitudes, resolvió regresar a su isla y terminar el bachillerato. En 1967, formó parte de la primera promoción de bachilleres de la isla. Después, las opciones de ser un profesional sólo se encontraban en el continente. Al igual que sus siete hermanos, estudiaría en Bogotá gracias al esfuerzo enorme que hicieron sus padres, un navegante y una docente, que levantaron de la nada un almacén donde trabajaba toda la familia.

Escogió Optometría, porque en San Andrés no había ningún especialista y cuando conoció a un muchacho que estaba estudiando eso, le llamó la atención. Así que ingresó en el único programa de Optometría que había en aquel tiempo en Colombia, en la Universidad de La Salle. 

Con 17 años cumplidos, viajó a Bogotá en compañía de su hermana Dilia, quien había entrado en sociología en la misma universidad. Esta vez se adaptó pronto a la vida académica y social de la ciudad. Aprovechando su inglés, estudiaba por la mañana y daba clases en un colegio por la tarde; y con eso se ayudaba económicamente. “Para el isleño, el bilingüismo siempre representó una ventaja, pero el gobierno colombiano ha propiciado la desaparición del inglés y el creole en el Archipiélago”.

Al terminar la carrera de Optometría, los Hermanos Lasallistas le insistieron para que continuara su formación como religioso, pero él ya tenía otros planes. Retornó a San Andrés y logró abrir su propia óptica en 1974. “Tengo la satisfacción que no regresé a hacer plata sino a prestar un servicio social”. Tuvo muchas novias antes de casarse con la mujer que todavía es su esposa. De sus cinco hijos, todos profesionales, tres viven en el Archipiélago. “Siempre he tratado de inculcarle a mi familia el amor por las islas, de la misma forma que mis padres lo hicieron”.

Su hermana también regresó a San Andrés y enseguida comenzó a trabajar por la promoción y difusión del arte y la cultura del Archipiélago. “Dilia siempre me invitaba a participar en sus actividades y así me fui involucrando. Hoy ya tengo 28 años trabajando por la cultura”.

Uno de los primeros proyectos que Samuel emprendió, fue el rescate de la historia insular a partir de la vida y obra de sus protagonistas. Un ejemplo es su investigación sobre Francisco Newball, abogado y político isleño, quién en 1912 alzó su voz ante el gobierno central para que las islas fueran reconocidas y elevadas a Intendencia Nacional y lograran independencia administrativa. “Fue un hombre muy dedicado a su causa, que quiso mucho a su tierra. Un visionario. Crecí admirándolo”.

Más adelante, como Presidente de la Fundación Casa de la Cultura de San Andrés, logró desarrollar diversos programas que buscan alentar el desarrollo sociocultural del Archipiélago. De ellos habla con felicidad y orgullo. Esta institución fue la cuna del Green Moon Festival, del Bill and Marie Calypso Festival, del Encuentro de Coros Religiosos, del grupo musical The Rebels H.B., y propulsora de iniciativas relacionadas con las artes plásticas, escénicas, musicales, narraciones orales y creativas y, por mucho tiempo, sede de la única biblioteca pública.

Paradójicamente, a pesar de su importancia, hoy la sede de la Fundación Casa de la Cultura de San Andrés está cayéndose a pedazos. Esta obra fue construida 1973 para recibir a los presidentes de Colombia que visitaban el Archipiélago, y su diseño y materiales siguen el modelo de las casas tradicionales de la isla. Pero el mar es inclemente con las edificaciones cuando no se les hace mantenimiento. “A mí me da pena y dolor ir para allá. Antes recibíamos mucha ayuda pero una legislación prohibió los auxilios a entidades sin fines de lucro y nosotros salimos perdiendo. Tampoco hemos podido conseguir la ayuda de entes privados”.  

Sin embargo, Samuel no se rinde. Ahora tiene una nueva satisfacción, se trata de Caribbean Nights, un programa cultural con cuentos, música y bailes típicos de las islas, que es presentado en la playa y también en espacios públicos. “Eso lo inventé yo, logré obtener el apoyo del Ministerio de Cultura y ha tenido un gran éxito”.

– ¿Qué le falta hacer por San Andrés?

– Mi sueño es que la cultura llegue realmente a la comunidad y que se siembre en todos el orgullo de ser isleños.

Samuel Robinson trabaja a diario para cumplir su sueño.


San Andrés, octubre 2011.



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Dulph Mitchell-Pomare: ¿Quién dijo que el creole no era una lengua?



Dulph Mitchell-Pomare en el porche de su casa en San Andrés.

Por Larissa Hernández

Dulph Mitchell-Pomare refleja una alegría encantadora. Tiene mucho carisma y seduce con sus palabras. Es sosegado incluso cuando habla de los temas que más le preocupan. “Es necesario que Colombia entienda que la soberanía se debe ejercer apoyando y no desplazando ni echándonos al olvido”, declara frunciendo el seño, pero sin perder la serenidad. Esa capacidad de cautivar lo ha ayudado a convertirse en líder del movimiento AMEN-SD, el cual reúne a diferentes organizaciones del Archipiélago de San Andrés, Providencia y Santa Catalina, que luchan en contra de las políticas del gobierno colombiano, que ha desplazado a los raizales en su propio territorio, dejándolos desprotegidos y prácticamente desconocidos como grupo étnico de esa nación.

La infancia de Dulph transcurrió en La Loma, en una casa ubicada muy cerca de la Primera Iglesia Bautista, construida en 1896, en cuyo colegio cursó primaria. A los 14 años, se fue a Barranquilla a estudiar bachillerato sin saber nada de español. En su casa y en la escuela sólo se hablaba inglés. “En las clases, el único libro en español era Historia Patria. Nos hacían memorizarlo y recitarlo sin saber lo que decíamos”.

Aún se ríe al recordar sus primeros meses en Barranquilla, sentado en el salón de clases sin entender ni una palabra. Vivía con su tía pero no hablaba con la gente mayor por miedo a que se burlaran de él, hasta que en la misma casa conoció a un muchacho que lo iba corrigiendo mientras conversaban. “Siempre cuento de la vez que falleció un vecino y cuando le pregunté a mi amigo qué le había pasado me dijo: murió de repente. En inglés repent significa arrepentirse y yo me impresioné mucho porque no sabía que la gente se podía morir de arrepentimiento”.

Sus compañeros y maestros también lo ayudaron mucho hasta que aprendió el español. Así logró graduarse de experto en comercio en 1953. “Era un grado intermedio porque a mi familia no le alcanzaba para pagarme una carrera universitaria”.

Decidió entonces irse con sus padres que vivían en aquel momento en Barrancas. Allá se volvió bailarín y parrandero. Todos le aconsejaban que consiguiera una novia y se enseriara. “Yo me hacía el loco y seguía soltero, pero en algún momento le escribí a una prima en San Andrés diciéndole: ‘Si usted me consigue una muchacha yo le caigo’. Entonces a la vuelta del correo me mandó el retrato una amiga que trabajaba con ella en Telecom. Me gustó y le envié una carta. Pero, casualmente, unos meses antes, también le había escrito a una de sus compañeras de oficina. Cuando ésta se enteró se puso muy brava y me rechazó. Tuve que calmarla explicándole que la otra ni siquiera me había respondido. Cambiamos las cartas por el teléfono y al año viajé para conocerla personalmente. Sólo la había visto en fotos”.

Dulph ya le había escrito al padre de la muchacha pidiéndole su mano, pero nunca recibió respuesta. “Era un hombre implacable. A mí me respetaba por haber vivido la Violencia en Colombia”. Aún recuerda como si fuera ayer, los hechos sangrientos que presenció en La Guajira cuando estalló el conflicto armado, tras la muerte de Jorge Eliécer Gaitán.

Finalmente, obtuvo el permiso para casarse. Él tenía 27 años y ella 23. Inmediatamente después de la boda, se fueron a Barrancas, donde Dulph trabajaba en una empresa holandesa que suministraba los tambores a Ecopetrol. “Como estudié comercio y hablaba inglés me nombraron jefe de importaciones y exportaciones. Buscaba materia prima para la elaboración de los tambores y también me encargaron de los seguros de la empresa. Tenía un buen empleo. Disfrutaba de las mismas garantías que los trabajadores de la petrolera, como recibir un subsidio de arriendo y de transporte”.

Después de siete años y ya con dos hijos, decidieron regresar a San Andrés. Dulph quería establecerse en La Loma pero, como en la isla mandan las mujeres, le tocó mudarse al Centro. “Mi señora me trajo arrastrado a esta casa. Aquí vivo rodeado de su familia y por lo tanto tengo que portarme bien”, dice soltando la carcajada. 

Rápidamente, consiguió trabajo con el gobierno local. Primero lo nombraron secretario del Concejo y luego administrador del único hospital. De allí pasó a Coldeportes y después fue inspector de policía. “Fui también jefe de presupuesto del gobierno local, director del programa de bilingüismo, de un proyecto de prevención de drogas y hasta Secretario de Educación encargado”. Finalmente, lo nombraron director del Colegio Bautista de La Loma.

Como consecuencia del proceso de colombianización, el inglés prácticamente desapareció de las escuelas y todo el pensum pasó a ser en español. Esta medida se inició en 1927 cuando el gobierno envió a las islas a misioneros capuchinos para sustituir a la religión protestante por la católica. "Las razones del Estado se basaban en su temor de que a través de protestantismo se persuadiera a los isleños de anexarse a Estados Unidos. Llegaron al punto de prohibirnos hablar en inglés”.

“Ahora el inglés pasó a ser una materia donde se corrige el creole porque se le considera un inglés mal hablado. Eso es un error. Hay diferencias entre el inglés y el creole. Con eso se les está haciendo un daño muy grave a los muchachos. No se quiere reconocer al creole como una lengua y sí lo es. Si el otro me entiende cuando hablo en creole, entonces es una lengua”. Por eso Dulph está preparando futuros maestros.

– ¿A sus 77 años, qué más le falta por hacer?

– Estoy luchando porque se inicie un proceso de enseñanza en creole en las escuelas. Si logro ver eso, muero tranquilo.

Para demostrarnos que la lengua de la isla no es difícil, nos hace leer el Evangelio según San Lucas que ayudó a traducir al creole. Después de varias páginas comenzamos a entenderlo:

 

Ah deh tel unu son tingz bout God Kingdom weh nonbady neva andastan op til now. Bot fi di ada pipl dem, dehn gwain stil hier ih iina parabl, bkaaz: Dehn gwain luk, ahh no si notn; ahn dehn gwain hier, ahn no andastan notn.

 

To you it has been given to know the secrets of the Kingdom of God, but for others they are in parables, so that ‘seeing they may not see, and hearing they may not understand.

 

A vosotros se os ha dado el conocer los misterios del Reino de Dios; a los demás sólo en parábolas, para que viendo, no vean y, oyendo, no entiendan.

 

(Lucas 8: 10).


San Andrés, octubre 2011.